lunes, 3 de diciembre de 2012

LAS COLINAS TIENEN OJOS

Hombres que he aprendido a perdonar. Los hombres
del plausible fosco. La lealtad. El humo
y la enhebrada aguja de los tiempos concretándose
en prodigios de viga de acero sorprendente. Llámame,
si quieres, un sentimental. Juego con hachas. Les
veré venir y tengo el hambre del qué acecha
una furtiva redención por otros [el poema
sirve para poco más que dar medida del silencio].
Que aquí ocurren las borrachas reincidencias. Son
como los diecisiete años de mostaza y napalm
en el rostro de estos hombres que se suman uno,
la improvisación de lo destructo cuando ya
me pertenece. ¿Porque vivo? O porque no.
No es lo que cuenta el eslabón de las masacres
y hago propio con el cráneo
de los hombres que he aprendido a perdonar.

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