martes, 11 de diciembre de 2012

OZ

Lo que más sorprende, con frecuencia,
es el cansancio. En la crucifixión, su trémolo
descenso para ser finalizada y los pigmentos
atascados en barniz de incendio. Debo estar,
en cambio. Es lo que toca [otros vendrán
que te harán bueno]. Miro al Cristo
y siento la perplejidad y la predilección
de Dorothy por el espantapájaros.
Yo no hago chistes: simplemente
que te asomes al abrigo del pincel pretérito
y preguntes sólo cuánto tiempo hacía falta
para coagular el oro en las baldosas milenarias,
sólo el Orco del anacronismo de esas armaduras
de los centuriones que soportan tu mirada
señalándose el costado. Dítelo: estoy muerto.
Pero soy el más valiente, el más sagaz, el más
ruidoso al reventar mis engranajes y su óxido
darse a brotar paralelismos y verónicas
que criban toda la ocasión para el añico.


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