domingo, 28 de octubre de 2012

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Si corrigen álamos el flanco
más accidental de la batalla, secan
guiños y saturación de larvas
al obturador que yo, torpe turista,
manipulo sin saber obedecer
su luz, acuclillado a pie de alberca
por saciarme en el reflejo que permite
este domingo, habrá que preguntárselo:
la criba del acento en los transcursos,
los pedestres párrafos de miel y roca,
el filo impronunciable de este agua,
¿van a restregarse en cada yugular
latida por lo perpendicular del himno,
el Sol? ¿Su verde afirmación posible
en el primer septiembre de los hombres
que pretenden trasladar aquí los pasos
de la rueca? ¿O cederán más bien la colisión,
el arco, el hematoma sin venir a cuento
en la sutura entre las ramas y el momento
predecible del ahogado?

sábado, 27 de octubre de 2012

LUVALL Y UN MILLÓN DE SOMBRAS

a Cordwainer Smith
Ahora que los contemplas con tan reverenciosa curiosidad, caigo en la cuenta de que aún no te he dicho que los retratos de Fukanabe Midori han vuelto a llorar esta noche —breves surcos de un azul lechoso marcaban ya sus sonrientes mejillas al levantarme— y que me he entretenido toda la mañana en retocar por mí misma el cúmulo del panel para que los polímeros perezosos terminaran de cuajar adecuadamente. Aunque sé que, como cualquier persona cabal, me reñirás por haberlo hecho de forma manual —¿y si contagio mal algún bloque? ¿y si la piel, los pulmones, se me pudren mientras duermo?— para después, tal vez algo avergonzado, querer abrazarme.

martes, 23 de octubre de 2012

PAÍS

Las palas de la avioneta muerden los últimos coágulos de nieve sobre el eje del motor y el hombre guiña los ojos por culpa de los minúsculos perdigones blancos, a la vez que forcejea con las correas de unas gruesas gafas forradas de caucho que el piloto acaba de arrojar en su regazo.

domingo, 21 de octubre de 2012

RAQUEL BUSCA SU SITIO

El empresario es el que crea empleo, así que nos pusimos a cazarles y a rajarles como siglos atrás a los bueyes almizcleros, en busca de la nutritiva esencia del empleo pero nunca dábamos con ella y dejábamos secar sus cuerpos y sus vísceras en los tejados de estaño para que el sol hiciera cuentas con ellos y les encontrara alguna utilidad, siquiera la de oler.

sábado, 20 de octubre de 2012

DEL ÁNGEL

Esto sucedió así:
  • El ojo izquierdo de Pablo Ordóñez Lardo empezó a disolverse en el blanco de la pantalla del ordenador en la tarde del sábado 15 de abril, a las 17.34 hora local. El afectado chasqueó la lengua y se retiró las gafas nariz abajo para poder frotarse párpados y entrecejo con la pinza que formaban el pulgar y el índice; poco le aliviaría el masaje, pero ahora mismo, ante los síntomas más que reconocibles, con un tercio de su visión convertido en chiribitas, fue el único gesto que le salió. Por supuesto, consideró la posibilidad de tomarse algún analgésico. ¿Sí? ¿No? Venció la voz de la experiencia: eres muy libre de terminar de joderte el estómago, tú verás... Bien. Nada. Guardó el archivo de texto sobre el que estaba trabajando, apagó el monitor ―que la conexión siguiera en marcha para las descargas― y se dispuso a acostarse de nuevo en la cama todavía deshecha. Como bajó las persianas, diremos que la penumbra daba inicio a una cuenta atrás.

martes, 16 de octubre de 2012

DISPOSITIVOS DE MEMORIA EXTERNA

A Ezequiel le hemos llamado siempre simplemente así, Ezequiel. Sólo. A nadie se le ha ocurrido adjudicarle jamás un mote, un diminutivo. Ni siquiera a Lore. Su cari prefiere entretenerse en dibujar meticulosamente cada sílaba de ese nombre con la lengua, como un mal chiste que envolviera al Humbert Humbert de Nabokov en un chándal de tonos pastel: “E–ze–quiel”. Sobre todo si no está él delante. Por ejemplo cuando con alguna de las otras ―Margo, Eli, Raíz― se sienta en una de las islas de césped más apartadas del parque. Sabemos que lo hacen para que les gritemos, les cantemos chorradas o les tiremos algo, cualquier cosa. Entonces es cuando ella coge y se pone en pie justo en el bordillo y se inclina exageradamente hasta que se le distingue el nacimiento de los pechos y la frontera del sostén de algodón por el cuello de la camisa y susurra ―aunque en realidad no susurra porque podemos oírla, pero es como si lo hiciera―: “se lo contaré a E–ze–quiel”. Es normal, de todos modos. A lo de Ezequiel con las chicas me refiero. Es el más alto y el más fornido, el más hecho, por decirlo así, de la cuadrilla. Le conocimos por la liguilla del barrio de futbito y no era malo, su problema más bien consistía en que no soltaba la pelota ni aunque le matasen. Luego lo dejó porque se apuntó a un gimnasio a hacer kickboxing. Tardó exactamente tres meses en ingeniárselas para que le dejaran el tabique de nariz como la silueta de la sierra del Guadarrama en una movida a la puerta del Kobacho. Lo gracioso es que gusta más desde entonces. Le da un aire de actor francés de policiaco de la nouvelle vague. Me imagino casi a Lore sobándose y gimiendo “Bel–mon–do”. Pero no seamos tan optimistas: podemos darnos con un canto en los dientes si a ella le suena la cara de Vincent Cassel. En definitiva, que les envidiamos de una manera cordial, no nos mentimos en eso. A medio camino entre la puñeta y la admiración. Pero es que somos unos críos, esto no durará siempre. Todavía ignoro que me quedaré muy turbado el día que vaya a comprar un sofá para mi primer piso de alquiler con Rosa y me lo encuentre a él en la tienda de muebles. Ocupará el puesto de encargado de la sección de interiorismo, así que tratará de colarme una mecedora de nombre impronunciable, presuntamente finlandesa.

domingo, 14 de octubre de 2012

LA BANCA ROTSCHILD

[...]hace ya un huevo de tiempo y la gente vive hoy la hostia de obsesionada por demostrar que nadie, absolutamente nadie les puede tomar por gilipollas y por eso meten los coloquialismos como huevo, hostia o gilipollas hasta en las escaletas de los Telediarios, aunque la gracia, cierto, está en que no les prestamos atención ya nunca, nos aburre demasiado estar veinte minutos de imágenes y labios moviéndose sin verdaderas ganas, preferimos una lata de rosado Don Simón y, a lo sumo, mirar el móvil cada cinco o diez minutos y teclear por contestar a alguna chorrada, sabiéndola perfectamente una chorrada. Eso sí, el televisor no lo apagamos nunca. Es un deje, o sea, un tic, una manía de la época en que todavía no éramos tan viejos y fantaseábamos con salir un día en esa misma pantalla de la primera hora ante la que nos hacíamos la paja enésima de nuestra vida a la salud de una locutora «perfectamente consciente» de que había, sino millones, sí al menos unos cuantos miles de madrugadores machacándosela tan sólo con un plano de su rostro y su chaqueta, a veces de su falda si explicaba el tiempo