martes, 27 de noviembre de 2012

LULLABY

Sangro para el Occidente de los lirios. Muto.
Acúnome en mi término por abrazar principios.
La mecánica del coro se verá venir, el Rey
apostillado para quien lo entienda y diga
«Es en directo, transmitiéndoles desde la Edad
de Piedra porque los sonetos han ardido
hasta develar la esvástica grosera de su alambre
y el Lenguaje ha de morir». Yo no lo entiendo.
Esto es así. Me quedaré perplejo ante el inmenso
de los trastes que ahora ataca el pulgar loco
del bajista en los auriculares, como si me protegiera.
A ninguno de nosotros nos importa la verdad
al margen del parámetro de la belleza [pobre Keats,
citado eternamente a pie de página]. Los Soles
reviviendo sus verdes tumores impasibles,
las almendras-muchacha y el imbécil trapo
de los colonizadores y los transeúntes. Son mi celo,
pero se podrían morir todos: Occidente
en la etimología exacta que no ha habido
a lo largo de los siete veintitrés minutos de canción.
Y basta, para conservar, lo errante.

lunes, 26 de noviembre de 2012

A WARM PLACE

¿Visitamos los posibles del dolor? ¿El tegumento
en purpurina de los párpados? ¿Los capilares
como añicos y alfileres taladrándote la sien? Aquí
la lírica a la que podría encomendarte, joven Annie.
El borrador que abstrae tu cuerpo restregado
por los ojos y las biografías de mal gusto. [«No te debo
nada.» «Me habrás olvidado.»] La migraña sustituye
el pánico por las escalas pertinentes de ceguera
y el amor en sí consiste en breves actos de elegir. ¿Qué 
duele más que la presión intracraneal del vómito?
Lloraré esta muesca en la cubierta azucarada del triptán
que ingiero desde la penumbra que me lleva a ti,
oh, quince años más tarde convertidos en estiércol,
pálpito y la entraña suficiente que esto aguarda.

domingo, 25 de noviembre de 2012

¿QUÉ HACER CON CHICO BUDDHA?

Sabía bien que Buddha Boy dejó de escribir hacía ya la tira de años atrás, allá por el 87, y que desde entonces él, junto a sus palabras y junto a aquella recia envoltura de chillona lana fucsia que todos, después de leerle, imaginaban besándole el cuerpo y apropiándose como una esponja de todo el pestazo a tabaco y grifa que le saliera al paso, se habían desvanecido, igual que un guiño de ramera triste, de los revisteros de los bares de Huertas, todavía gloriosos en la época en la que los últimos conciertos de jazz libre pisoteaban con sus ecos espídicos una muerte hueca de puro amanecer.

lunes, 19 de noviembre de 2012

SPACE LORD

«No respondo de estos lerdos», dijo el Cristo Emperador
a nuestra Roma pasada a cuchillo por los ángeles
atroces –los sicarios al alcance de la Luz,
mil águilas de bronce derretidas por contacto
de una verdadera piel con los emblemas si vanitas
vanitatum, negra forja, rescisión y alardes–. Oh Nerón
de astilla incandescente hasta bien fondo de tu recto.
Te saludo. Déjame seguir mi rabia por los mármoles
como la orina de una viva farra procedente del final
del ciclo, la prosaica pira cotidiana que hace persistir
los siglos tatuados en el yeso del rayajo en diagonal
que es el poema y sus puntitos alternándose en el aspa
de una equis fragmentada. «Soy el Uno que lo cuenta
al mismo tiempo, soy el más propio lugar
entre destrozos y encabalgamientos y la críptica
raigambre que a sí misma se deshace con el filo
de las lanzas y un vinagre poderoso desde la interpolación
contra el relato de uno a quien fallara la memoria
en el momento más inadecuado y sonriese desdentando
este siguiente espacio desde el si tan sólo nos bastase rebotar
o ser grapados a las tablas necesarias de lo signo.»

domingo, 11 de noviembre de 2012

PICNIC

Yo también he sido joven (y quise matar).
Yo he leído las palabras del arquero
traducidas por un jesuita anciano que a su vez
fue trasvasado al castellano de las ediciones
de bolsillo y supe el dios, la guerra,
mi deber hincado en la coraza de algún coronel
foráneo cuyo auriga era de viento. Hoy
sentémonos en las cenizas y el rigor
atraiga las caricias como un cepo
a la memoria que no ha sido ni será. Yo pienso en ti
como otros hombres piensan en su muerte.
Esto elegí. Postea ahora mi cochambre de guerrero,
apiádate, apuñala o hazle guiños al menú de huesos
y confiésame de aquella vez a punto
que pudiste, casi, demorarte en el cuchillo
y yo te ame por mentir así mi pulso en los metales
de los largos párrafos heridos por el átomo.

LA TIJERA MANCA (M.E.T.A. INCURSIÓN)

domingo, 4 de noviembre de 2012

PASTICHE DE SAMPO

«Bienvenidas a la entraña de la bruja», rasga
mi anamnesia ante los fiordos, tantas fotos
venenosas como un corazón tres días en el fuelle
porque el tres es siempre suficiente y es lección
cuando sonrío al vidrio del asiento, el primer ferry
de la madrugada, y aparecen jibias, calaveras, cohesión
entre los rostros del anciano trovador que esgrima
tus cabellos de segunda hija derrotada, ¿ves?,
la madre en la melé terrible de los botes bajo luz
huraña que no acierta (ni desea) a poseerse
cuando los combates son lo nuestro, tomo notas
desde la escatología adolescente del que viaja
y es posible mi caligrafía sea, en sí, Pohjola,
aún los pájaros vengándose legañas
desde el hierro en que consistan esqueletos
de este lapso sin apenas poso entre los héroes.

sábado, 3 de noviembre de 2012

FRAGMENTO

Uno pensaría que el saltar entre dos muros no debe de requerir muchas palabras, si no fuera porque es muy consciente de lo que llega a suponer el pavor a las alturas y a la asfixia, que es el mismo que le acompañó en todas sus orinas nocturnas durante la infancia—o dicho de otra forma: que «empatizo» y no tan sólo «simpatizo» finalmente con los gnomos, esos cuerpos semi-minerales, filosos y escasísimos cuya naturalidad predijo Paracelso hace quinientos años, acertando todo lo que se puede acertar con una pobre especulación pre-científica. Así, resulta por ejemplo decepcionante que, al centrarse en el carácter térreo y «netamente elemental» de las substancias de entes tales, por completo olvide justificar sus aseveraciones relativas a fisonomía o biomecánica locomotiva, con lo que nos deja preguntándonos cómo es que esos pequeños esqueletos no se tronchan al encontrar una materia pétrea más densa que ellos, ni sucumben a la presión que ésta genera; ya ni hablemos de la ausencia de oquedades y otros rastros a su paso.

jueves, 1 de noviembre de 2012

QUATERMASS

a China Miéville
Naves espaciales estallaban sobre Londres
aquel año, el de la remisión,
mas los de Londres sonreían bajo cúpulas
y rayos láser y zumbidos deshaciéndose
en lo humano —‘nuestra intransigente
pirotecnia del fracaso’, lo llamaban: frases
para dislocar según qué historia—
y era entonces que nosotros,
noveles en la metódica resaca del terror,
podíamos besarnos: que ya nadie
nunca le impidiese nada a nadie
en esos días, definidos bajo la costumbre
de afirmarnos en las grandes plazas,
junto a los cadáveres radiados de valiosos
soldados mutantes, mientras una suerte
de gaviotas sin cabeza y con hileras
de dientes, como las lampreas,
en lugar de cuello se aplicaban silenciosas
a la caza de palomas y transeúntes,
quienes a millones fueran también desollados
en quirófanos de hercúlea sombra;
pero, no habitantes de las celdas, nos
nos limitábamos también a erradicar
los aspavientos más puntales
de los inflexibles amos, cópula tras cópula
con sorprendentes amebas y gases,
pariéndose los hidrocéfalos cuya piel gris
ya nunca olvidaremos, sus miradas
medio de grafito y medio conmiseración
cuando nos delataban;
porque quién se deparaba ahora
con quién, si incluso estas maravillas
que rescatan abdicaban
entre ininteligibles lloriqueos:
de igual modo que veleros hipersónicos
se reelegían no existir, la succión única
de cualquier voz contra turbinas
en su abominada alegoría
la que yo investigo todavía— que arruinó
de vez en vez haberse memorado así,
ya convertida en hábitos y desdecires
por tu parte, o posesión
desde una excelsa colección de nudos
adjetivos incapaz de simular
mudos comunes, rescoldo de lirios—
tu belleza nueva e híbrida
y, si acaso, cuando migre por las pasarelas
del Támesis sobre los cráteres
fosforescentes, se permita
muy someramente una plegaria:
¡que en tus uñas sobreviva, oh Siglo!’
como los cobaltos, esto es obvio.

GUERRA EN EL CIELO

Accept anything. Then explain it your way.

Charles Fort

Les explicaré a mis lectores cómo la canción se hace añicos en el compás veintinueve, cuando una histriónica lluvia de arpegios fuera de tono atraviesa la basta ternura entre siseos de las vocalistas para morder el tema, y la rabia precocinada del duelo entre dos Les Pauls estratosféricas, muriendo como aerolitos cosidos a la mesa Marshall, hace temblar las bujías de los amplificadores bajo unos pedales que deletrean la palabra epilepsia. Sin embargo sé que para mí, ya fuera del cuaderno de notas al que se reduce mi imaginación cuando trabajo, la descripción sería más breve, trivial. Idéntica –la comparación se me ocurre sobre la marcha– a la que haría ante el espectáculo de una colonia de leprosos atravesando un campo de minas: pseudo–épico y viscoso y ruidoso y como con pus.
En definitiva, que ahora tendré que pedir que me ecualicen este desastre. No me han traído para que haga una crítica.