Yo
también he sido joven (y quise matar).
Yo
he leído las palabras del arquero
traducidas
por un jesuita anciano que a su vez
fue
trasvasado al castellano de las ediciones
de
bolsillo y supe el dios, la guerra,
mi
deber hincado en la coraza de algún coronel
foráneo
cuyo auriga era de viento. Hoy
sentémonos
en las cenizas y el rigor
atraiga
las caricias como un cepo
a
la memoria que no ha sido ni será. Yo pienso en ti
como
otros hombres piensan en su muerte.
Esto
elegí. Postea ahora mi cochambre de guerrero,
apiádate,
apuñala o hazle guiños al menú de huesos
y
confiésame de aquella vez a punto
que
pudiste, casi, demorarte en el cuchillo
y
yo te ame por mentir así mi pulso en los metales
de
los largos párrafos heridos por el átomo.
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