martes, 15 de enero de 2013

PSIQUEMÁQUINA

Robert Lowell que así desmenuzas los cornudos histrionismos
provocados a tu esposa y que conviertes en categoría a la pequeña
Harriet contra el Boston de los porches y los céspedes:
salúdote. Tú vence como muestra y da lugar a la pignoración
de los sustratos inefables del prestigio cuando
te arrastraban a un fervor de litio desde Hotel Continental
de Buenos Aires. ¡Ay escándalo para las embajadas
y los hombres de la buena voluntad a los que
me he referido en estas páginas! Pues ser legible
es escarificarte el lóbulo senil de tu silencio
y no se acepta la necesidad de percusión en la zozobra.
Préstame a tu alumna Sylvia. Préstame a tu alumna Anne.
Macháquense [sus rabias] en morteros decorados
con paisajes neutros y mi piel comience a oler
a tan macabro ungüento acelerado por el beige
exacto que guiase hasta sus nombres: el poema es una farsa
que se dice farsa entrando a definir el orificio
de la entrada si es idéntico al de la salida
[pero tengo poco que aportar al curso de los hornos
o de los monóxidos] y bastan para calcular tus órbitas
estos cascotes de la errática sacrificada a Isaac, mi niño.


No hay comentarios:

Publicar un comentario