jueves, 7 de marzo de 2013

IMPERIO COBRA

Esto será tu vida. Dirás «Looney Toones»  porque muchas veces te preguntarán por qué tanta sangre y habrás de improvisar una respuesta que no esté en la propia sangre. Dirás que tuviste quince años cuando oíste tu primera vez de un disco de Nirvana® que será el último, porqueCobain se suicidará a los cuatro meses —tú cumplidos ya los dieciséis— y la mayoría de la gente a la que se lo cuentes no compartirá tu diagnóstico de evento generacional, tu «qué hubiera ocurrido si el cañón de la escopeta hubiera acabado hincándose en los morros leguminosos de MamáCourtney y de Billy Corgan» y por decirlo así algunos te echarán en cara que en aquella temporada hasta Pearl Jam sonaba en los Cuarenta Principales. Gilipollas. Dirás de tu reciente adolescencia: «un soliloquio fácil que sirviera de hacer tiempo entre las pajas».
Dirás de tus veinte años prácticamente lo mismo y sumarás la perra que irás a coger con los libros canónicos deMartin Heidegger y Wittgenstein porque, más que nada, serán jodidos de leer, lo seguirán siendo y cuando te pregunten no sabrás qué lección citar sacada de ninguno de ambos dos. «De relleno» explicarás a propósito de tu primera, catastrófica experiencia laboral como reponedor en un Pryca®que no llegará ni a una semana antes de que te boten y, aunque sepas que las leyes de mercado no marchan así, te dirás «qué demonios» y te alegrarás de que les absorba Carrefour® como vengándote por tu humillación de trece mil pesetas y esa muy tonta amnesia acerca del pasillo donde se ubique cualquier cosa que no sea detergentes, así también de la ETT que te fichará y te de un uniforme de talla inferior a la que exigirá tu solemne envergadura de zopenco que hará todo eso para sufragarse citas con una chica que no sabrá dejarte en condiciones ni te permitirá follársela «con propiedad». «Y ya puesto sobre aviso, en cualquier caso», insistirás reconcomido por la indiscutida incompetencia que —peor disfrazada o mejor— te acompañará para con otros trabajos y mujeres a las que también les contarás algo de esto e historias como estas, como si fuera una solución el triturarlo hasta una pasta de veneno rebajada con abundante proporción de agua y suero clínico para que al inocular su cuerpo en prosa basta de estribillo traducido del inglés directo a una carpeta de instituto nos haga invencibles a ti, que no lo eres, a mí que nunca lo seré. «Inmunidad a la vergüenza», escribirás veintidós años después dándole unas cuantas vueltas más a esta imagen que tan chusca te ha quedado del veneno huérfano de sierpe. Y sin que nadie te pregunte porque esto que les estarás tratando de contar no lo sabrán, les pillará sin ganas. Dirá así: «Alquilaron un piso en Gandía. Séptimo piso, urbanización a menos de medio kilómetro de la línea de playa. Agosto. Las primeras tormentas del final del verano y una vez un toldo se desprendió por el aire, reventó el cristal de la puerta de la terraza y hubo que pagarlo, una putada. Pero con piscina. Y los días que se ponía nublado ahí bajaban y las dos chicas ya tenían una edad y salían juntas por elPuerto Deportivo, el chaval en cambio se sumergía en el glorioso aburrimiento del cloro y se ponía a echar de menos cosas que cualquiera de nosotros suele echar de menos a los doce años. La televisión autonómica le descubrió su primer episodio de Bola de Dragón pero estaba en valenciano y además era de aquel Gran Torneo de las Artes Marciales en le que Krilín se enfrenta a gordo que pelea a gapos y el caso es que le dio bastante asco porque era un crío demasiado escrupuloso y tímido, pese a que no le importara mascar césped y comerse crudas las coquinas que cogían él y su padre en la arena. Y pedía helados que bajaba con paseos de tres kilómetros hasta una especie de acantilados que le parecían espectaculares, rotundos, bajo los que ninguna Ley de Costas en su sano juicio hubiera permitido edificar. Aunque los paisajes sean indeterminados, su miedo prevalece. ¿Por qué no? Él dormía en una cama plegable en el salón, arrullado por Telediarios y clásicos televisivos como Hablemos de sexo. A la segunda semana, una tarde en la piscina el otro niño se le acercó. Le dijo su nombre, pero no ha quedado constancia. Se verá por qué. Fue como el típico hola-hola, pero sin la pátina del desinterés al que nos hemos habituado los adultos porque los chavales son más claros y no necesariamente están buscando un polvo para resumirse, les basta con establecer una complicidad. Y pese a que doce años son más que suficientes para que esa ingenuidad no hable demasiado bien de sus protagonistas, el chapoteo trazó las líneas de una suerte de conversación tras  la que convinieron verse en unos  minutos tras cambiarse el bañador mojado. El otro le dio la dirección de su apartamento a nuestro muchacho. Éste subió al de los suyos y relató el encuentro y supuso el alivio en la sonrisa de sus padres, así que les pidió cincuenta pesetas para echar en la máquina del bar a la puerta del complejo. Luego se encaminó al bloque próximo, de los cuatro existentes, en el que le había citado su amigo y pulsó el telefonillo. Le invitaron a subir, le hicieron presentarse. Papá. Mamá y la Abuela, no hallaríamos nada que reprocharles. Genuino interés y cordialidad. Si acaso, el caso de la Abuela cogiéndole aparte a nuestro ahora protagonista y preguntando cuánto había pagado su familia por el apartamento. Pues ellos también venían de Madrid e incluso le sorprendieron con el raudo ofrecimiento, o más bien entusiasmo por organizar encuentros posteriores al todo-está permitido de las vacaciones. De todas formas bajaron a ese bar y se confrontaron con esa recreativa. En la que bregaba Superman®, el mismísimo Superman® acompañado por un clon en traje rojo al servicio del segundo jugador para una campaña de scroll lateral durante la que lo mejor era volar e ir lanzando rayos por los ojos y su compañero guiñaba y gesticulaba como si sus propias manos estuvieran dando hostias a Lex Luthor® Metallo® hasta en el cielo de la boca. Poco rato, por desgracia. Los dos eran bastante malos. El grito de los cinco duros últimos perdiendo su valor de juego como quien desparasita a un perro se lo remarcó. Desoladora recompensa. Él dijo entonces que tenía unas palas en su piso. Estupendo. Para allá que fueron. No importa quién les abrió pero sí el gesto raro de su amigo mirando como nervioso a su hermana sentada en el sofá y preguntando a viva voz, en sus narices, 'y ella quién es' y ella saludando por encima de la revista y hablando con suavidad, sólo un par de minutos antes de por fin ponerse en marcha los chavales para el partido. Ya en el descansillo sucede lo que no se puede decir que se esperara o viniera a cuenta de algún derrame de la charla, y eso que los niños tienen la tendencia aquella a ser abstrusos. Según se cree. '¿Te parece que la tengo grande?' y levantarse la pernera del bermuda, apoyado un poco en la pared para facilitar el gesto de mostrar un pene blanco y morcillón y pellejudo que sorprende al otro con su mera presencia y le hace decir que sí, que claro. Sí. Jugaron a las palas pero ya no fue lo mismo: los marcados alaridos, la agresividad, la exageradísima volea que seis veces les hizo bajar a cada uno a la rampa de entrada del garaje para recuperar la bola encajaban. Puta madre aunque los chicos no dijeran palabrotas como esas no tampoco 'polla' y todo sea rememoración de lo no sido y que por eso mismo no tenemos mas narices que escribir. 'Santo crepúsculo', tampoco: Dios incluye entre sus prohibiciones la melifluidad. Y que el otro le dijera que después de cenar se viniera a su casa a jugar a Imperio Cobra y él pensara en la espectacular carátula que mostraba el anuncio de la tele y los alaridos combatientes: la Soberbia Dictadura de la Sierpe sobre la que no hará falta extenderseporque  nunca se produjo: subieron a casa y no es difícil sospechar imaginar y deducir, elucubrar, los gritos de la madre avergonzada, el padre complaciente y las hermanas divertidas: vaya-amigos-que-te-buscas-qué-diran- qué-pensarán-de-ti-que-tú-tampoco-eres-normal. Para entonces sonará el telefonillo reclamándole para el tablero y la respuesta es no, es que se ha puesto malo, esque íbamos a jugar al Imperio Cobra, pero se ha puesto malo, adios». Y quien te escuche todo esto te observará con declarada confusión. Quizá será tu guiño el que moleste, el que no diga a que atenerse. «Looney Toones» añadirás entonces y será mejor estar en sangre cuando lleguen las respuestas y con ellas sean las escamas de verdad y la metáfora rezume.  

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